martes, 27 de diciembre de 2011

ES EL TRABAJO, NO, EL EMPLEO, SEÑORA

¡Arriba los de abajo!


Es muy significativo que, junto al nombramiento como Ministro de Economía del que fuera presidente para España y Portugal del Banco Lehman Brothers hasta el momento de su ruina, el Gobierno del PP haya decidido acabar con el Ministerio de Trabajo. Ahora se llamará Ministerio de Empleo (y Seguridad Social) a cuyo cargo ha puesto a la señora Báñez. Alguien puede pensar que en unos tiempos en los que las palabras se corrompen para ocultar la realidad da un poco lo mismo cómo se nomine un Ministerio, pero no es así. Si se corrompen las palabras es para corromper las ideas, para construir la realidad al gusto de quienes las pervierten o para expresar opciones valorativas determinadas, como es el caso de la desaparición del Ministerio de Trabajo. Este Ministerio se creó en 1920, cuando las clases dominantes de la restauración borbónica decidieron unificar desde este departamento la acción pública que respondiese con algunas reformas a la llamada “cuestión social”. Aquellos años estaban dejando en España una oleada de agitación social que no podía parar la mera represión. 1917 fue un año especialmente agitado en el que una gran huelga fue la respuesta de la clase obrera, harta de soportar la carestía y el aumento de precios de los alimentos que trajo consigo la exportación a los países contendientes en la Primera Guerra Mundial que con escarnio enriquecía a una élite.

Desde entonces el Ministerio de Trabajo, aún con otros nombres añadidos, ha existido siempre, cualquiera que fuese la forma que adoptase la estructura administrativa del Gobierno en todos los periodos y regímenes que desde aquel año han existido en España: la restauración borbónica en régimen caciquil , la dictadura de Primo de Rivera, la II República, el franquismo, la transición, la monarquía parlamentaria constitucional con sus diversos periodos de gobiernos de centro, socialistas, derechas, socialistas de nuevo. Hasta la semana pasada en la que lo que era una Secretaría de Estado de Empleo dentro del Ministerio de Trabajo se ha convertido en el Ministerio eliminando el trabajo. Es un cambio que tiene que ver con un enfoque erróneo de la actual situación.

Nadie duda que el desempleo es el más grave problema de la sociedad española, pero es evidente que si los desempleados aspiran a trabajar es porque hacerlo es el modo de obtener una vida digna. Es el modo en el que la inmensa mayoría de los comunes mortales consiguen, no solo los recursos necesarios para la subsistencia, sino la sociabilidad que les hace gozar de los bienes de la ciudadanía. Los modos de trabajar pueden ser diversos, por cuenta propia o por cuenta ajena, pero siempre es necesario proteger a la persona que trabaja, porque la mercancía trabajo, objeto del contrato que lleva ese nombre, es tan delicada porque es inseparable de la persona que trabaja. No cualquier forma de trabajar vale, lo que quiere decir que es el trabajo el valioso y codiciado bien que es necesario proteger, que tiene que estar en el centro de la valoración social. Hacer evidente esta gran verdad ha costado titánicos esfuerzos a generaciones pretéritas que ahora parece que con el chantaje del empleo se quieren mandar al cubo de la basura de la historia.

Algo más del veinte por ciento de la población activa está hoy desempleada, lo que es un drama, pero eso quiere decir que el ochenta por ciento está ocupada ¿Es aceptable que en nombre de la noble lucha contra el desempleo desatendamos las tutelas que protegen a la persona que trabaja? ¿Es aceptable que la política de empleo tenga tal preeminencia que en la organización administrativa española desplace al trabajo? No es aceptable porque una política de empleo digna de ese nombre, es decir una política orientada al pleno empleo como nuestra constitución impone a los poderes públicos, solo puede hacerse desde orientación más general de la política económica y no con medidas ancilares de corte laboral. Ya se anuncia la degradación aún mayor del trabajo cuando el nuevo ministro de Economía ha fijado entre sus prioridades modificar “el mercado laboral”, es decir, reducir el trabajo a una mercancía mas maleable, como si los trabajadores fueran los causantes del desempleo. Es una hipocresía aplicar una política económica (control del déficit público, austeridad, debilitación de lo público y de los servicios sociales) que está demostrado no crea empleo, para a reglón seguido degradar las escasas garantías que protegen el trabajo con la excusa de mejorar el empleo. Hasta las personas más ingenuas se dan cuenta que de todo ello es aprovechar el miedo de los trabajadores al despido para aumentar la tasa de explotación en favor de las clases sociales que nos han llevado a esta crisis. Por eso, señora Ministra no es el empleo, sino el trabajo y su valoración el problema más grande que tenemos en España. Aún está a tiempo de mandar el BOE una rectificación de errores y volver a llamar a su Ministerio como de Trabajo. Cosas más gordas se han hecho otras veces.

domingo, 18 de diciembre de 2011

LA EXTREMA DERECHA EN UN EJERCICIO DE PATRIOTISMO...








... DESCUBRE QUE EL DERECHO SOCIAL NO PROTEGE AL TRABAJADOR. (PORQUE PARA HACERLO HAY QUE PROTEGER ANTES AL EMPRESARIO)






Los servicios de información de la República de Parapanda no descansan y en su afán por conocer las más señeras aportaciones científicas que aparecen en los medios de todo el mundo, dieron con unas revelaciones trascendentales sobre la función del derecho social, que si no han tenido la repercusión mundial que merecen solo se explica por las maquinaciones del contubernio judeo-masónico del comunismo internacional.




Esas grandes verdades se dijeron en un programa nocturno de una cadena televisiva de extremo patriotismo. Lo que algunos resentidos llaman de extrema derecha. En una tertulia en la que se dicen las verdades del barquero con el estilo popular de las barberías de pueblo de los años en los que el Caudillo guiaba los destinos de España, un grupo escogido de comunicadores, con la facundia propia de “sargentos avinados” lanzaban soflamas de cinco centímetros de profundidad a las que respondía el profesor Juan Antonio Sagardoy.





Fueron tres la grandes verdades que emergieron de esas profundidades. La primera: El Derecho del Trabajo no protege al trabajador sino al puesto de trabajo, como en la Rusia soviética y así, claro, el pobre empresario no tiene más remedio que despedir porque hace improductiva su empresa. Eso de buscar el equilibrio entre las partes contratantes desiguales, nada de nada, lo hay que hacer para proteger el trabajador es darle empleabilidad, que se vaya a otro sitio cuando el empresario considere que ya no le sirve. Pero tiene que estar formado para el nuevo trabajo, aunque sea muy distinto del que venía ejerciendo hasta ese momento. Se deducía de aquello que uno hoy puede trabajar de arquitecto y mañana de jardinero, todo es ponerse si se tiene preparación. ¿Cómo se crean esos nuevos trabajos? Evidente querido Watson, por la iniciativa libre del empresario cuando no tenga tantos obstáculos que le pone la legislación laboral.
Segunda verdad, los sindicatos actuales son un estorbo. En ese momento una pregunta que llamaba a la acción salió de la boca de una aguerrida señora “¿Qué hacemos con los sindicatos, profesor?” No hay que gasearles, eso nunca lo dijo el profesor Sagardoy. Hoy por hoy solo hay que quitarles algunas de las funciones que hacen, en concreto en materia de negociación colectiva. Hay que hacer acuerdos de empresa y para eso los sindicatos confederales estorban. Tampoco la CEOE debe tener “el poder” que tiene, porque esta organización y los sindicatos confederales se han convertido en monstruos burocráticos que solo justifican su existencia por la concertación social y por los convenios colectivos supraempesariales.




La tercera verdad, según el profesor Sagardoy, es que eso de que haya derechos sociales a la educación, a la asistencia sanitaria y en general a las prestaciones sociales de todos los ciudadanos, como si fueran “casi como un derecho natural” , eso es un disparate del que tuvo la culpa Olof Palme, quien hay que suponer que en su tumba se habrá sentido muy orgulloso de que se le atribuyan cosas que ya habían dicho William Beveridge, Herman Heller y tantos otros antes que él. Quién sabe si le mataron por creerse tales disparates e intentar llevarlos a la práctica. No señor, habrá prestaciones según se vea como van las cosas en cada momento, pero todo revisable.



Creemos que con esta revelación de los servicios informativos de la República de Paparanda hacemos una contribución para que brille la verdad frente a la conjura de izquierdistas trasnochados que lo que quieren es subir como ratas por el mástil que sostiene la bandera de la libre empresa y de la patria para roerlas. A última hora nos ha llamado el presidente de la CEOE, el sr. Rosell para felicitarnos por nuestra labor y decirnos que las discrepancias con lo dicho en ese programa son menores y que en poco tiempo se arreglaran de la manera que siempre se ha hecho.